Yo no me
refiero a las dos primeras, me refiero a esto que llaman problema religioso. La
premisa de este problema, hoy político, la formulo yo de esta manera: España
ha dejado de ser católica; el
problema político consiguiente es organizar el Estado en forma tal que quede
adecuado a esta fase nueva e histórica del pueblo español.
Yo
no puedo admitir, señores diputados, que a esto se le llame problema religioso.
El auténtico problema religioso no puede exceder de los límites de la
conciencia personal, porque es en la conciencia personal donde se formula y se
responde la pregunta sobre el misterio de nuestro destino. Este es un problema político, de constitución del Estado, y es
ahora precisamente cuando este problema pierde hasta las semejas
de religión, de religiosidad, porque nuestro Estado, a diferencia del Estado
antiguo, que tomaba sobre sí la tutela de las conciencias y daba medios
de impulsar a las almas, incluso contra su voluntad, por el camino de su
salvación, excluye toda preocupación ultraterrena y todo cuidado de la
fidelidad, y quita a la Iglesia aquel famoso brazo secular que tantos y tan
grandes servicios le prestó. Se trata simplemente de organizar el Estado
español con sujeción a las premisas que acabo de establecer. (...)
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