Clausurada la vía conservadora y
fallida la apertura hacia la izquierda liberal, al rey Alfonso XIII no le
quedaban prácticamente opciones de gobierno que apoyar. Los dirigentes de los
partidos dinásticos aceptaron finalmente integrar un gobierno de concentración
monárquica que juró el día 18. Lo presidía el almirante Juan Bautista Aznar,
figura de quien dijo Gabriel Maura que llegaba al Consejo procedente
“geográficamente de Cartagena y políticamente de la Luna”. Pero el auténtico
inspirador del Gabinete era el Conde de Romanones, Álvaro de Figueroa.
El programa gubernamental se limitaba
prácticamente a ralentizar el proyecto de vuelta a la normalidad constitucional
mediante una serie de consultas electorales que renovasen los diversos cargos
de representación popular. El inicio de la campaña electoral abrió un relativo
paréntesis en esta conflictividad. Las elecciones municipales debían resolver
la interinidad establecida desde hacía un año en los ayuntamientos y otorgar
así mayor credibilidad democrática al resto del proceso electoral. Socialistas
y republicanos eran especialmente fuertes en las grandes ciudades donde la
extensión del caciquismo monárquico hacía que se considerase a muchos pueblos
como auténticos burgos podridos.
Los gubernamentales, divididos y
debilitados por la precampaña para las frustradas elecciones a Cortes, por el
contrario los partidos de la Conjunción republicano-socialista actuaban muy
coordinados y extendían en el electorado la convicción de que un triunfo propio
en las municipales constituiría un plebiscito popular a favor de la República. En
las elecciones del 12 de abril los antimonárquicos triunfaron en 41 de las 50
capitales de provincia y en otras grandes poblaciones, siendo casi el 50% del
total de votos. El sistema caciquil había fallado estrepitosamente por primera
vez y los notables alfonsinos, sorprendidos por la magnitud del fracaso, se
mostraban dispuestos a conocer en aquel comportamiento del electorado el plebiscito
en favor del cambio de régimen que reclamaba la oposición.
Cuando
las primeras informaciones de la prensa confirmaron el triunfo moral de los
republicanos, éstos se echaron a la calle en muchas ciudades, abriendo paso a
una revolución popular de carácter pacífico. El conde de Romanones, por encargo
del monarca, intento una negociación. Al final el conde aceptó la solución más
sensata: la marcha del monarca y un traspaso ordenado de poderes al Gobierno
provisional de la República. Así, Alfonso XIII abandonó su palacio y embarcó en
Cartagena en un crucero de la Armada rumbo al exilio, aunque ni abdicaba ni
renunciaba a la corona, sino que se limitaba a esperar a que las circunstancias
posibilitasen su retorno y el final de la suspensión del ejercicio de sus
poderes constitucionales.
(Fuente: http://iescorneliobalbohes.file
s.wordpress.com/2012/01/elecciones-
municipales-abril-1931.jpg)(Fuente:http://iris.cnice.mec.es/kairos/mediateca/cartoteca/pagsmapas/republica1.html)
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